EL TIEMPO
RELATO GANADOR DEL X CERTAMEN DE NARRATIVA CORTA "CARMEN MARTÍN GAITE"
Sintió
cómo su cuerpo se escurría entre las sábanas, totalmente empapado en sudor y
con el corazón latiendo a un ritmo infernal. Sus manos la buscaron, no había
nadie más que él sobre la cama pero sabía que esa noche había estado allí,
junto a él, dormida a su lado. Soltó un par de exabruptos fijando su mirada en
el reloj despertador, comprobó que eran casi las seis de la mañana y se levantó
de un salto. El olor de ella seguía acompañándole. Al entrar en el cuarto de
baño se encamino rápido hacia la ducha, estaba seguro de encontrarla allí
escondida. Jugando una mañana más. Separó las cortinas y no vio a nadie. En veinte
minutos terminaría de asearse, se acercaría a despertar a Carlos y, mientras
éste se despabilase, iría preparando el desayuno para los dos.
Cinco meses atrás
Adela compartía con ellos esos primeros minutos del día. Hasta aquel fatídico veinticuatro
de abril del año dos mil. Le llamaron a la oficina y le comunicaron que Adela
acababa de sufrir un mortal accidente de tráfico. Instantes después de que
Carlos se bajase del coche, a las puertas del colegio, un camión que había
perdido los frenos se llevó por delante el coche empotrándolo contra un muro. No
pudieron hacer nada por ella, falleció antes de llegar al hospital.
Cerró la
puerta del baño y regresó de nuevo a su habitación. Súbitamente sintió algo en
su interior, sus pulmones se ensancharon y comenzó a respirar un aire limpio,
liviano, distinto. Abrió rápidamente la puerta y se dirigió al pasillo, sus
ojos se clavaron en el reloj de la pared, vio que la manecilla del segundero
estaba quieta. Se dirigió hacia el salón y posó su mirada en el reloj de cuco,
sus contrapesos colgaban completamente inmóviles. Encendió el equipo de música
y por más que intentaba sintonizar alguna emisora de radio, le fue imposible.
Con la televisión le ocurrió lo mismo.
Separó las
cortinas, subió la persiana, abrió la ventana y fijándose unos instantes en el
edificio de enfrente se dio cuenta de que el sol, que justo en ese momento empezaba
a despuntar por el tejado, se había quedado parado, suspendido en el aire, como
si estuviese reposando sobre el bloque de pisos. Cruzó la mirada con un vecino
que tenía la misma expresión de desconcierto que él adivinaba en su propio
rostro, sólo que aquel hombre estaba quieto, con los ojos exageradamente
abiertos, sin mover un solo músculo de su cuerpo.
Se dirigió a
la habitación de su hijo para observarle en silencio. Carlos dormía mientras su
pecho se agitaba al mismo ritmo que su respiración.
Entornando con
cuidado la puerta, volvió al pasillo. Trastabilló, y sin llegar a caer al suelo
dio unos cuantos pasos hacia atrás. Su mirada se clavó en el reloj.
-¡El segundero!
¡Se ha movido la manecilla en dirección contraria!
Se acercó
aceleradamente hacia el reloj y las agujas no hicieron el más mínimo
movimiento. Caminó nuevamente hacia atrás. Según se iba alejando, las manecillas
volvían a recuperar su acompasado ritmo, pero siempre en sentido contrario.
-Creo que lo
he comprendido.
Desde ese instante
no dejó un solo segundo de caminar hacia atrás. Del salón a la habitación, de
la habitación al baño, del baño a la cocina. No paraba más que lo necesario
para alimentarse, y seguía, a veces a una velocidad que nunca hubiese pensado
podría llegar a alcanzar. Los relojes iban más rápidos aún que él, los días se
sucedían sin tregua, primero llegaba la noche, el atardecer a continuación y
por fin amanecía.
Sin poder
precisar cuánto tiempo después, vio en el calendario del pasillo la fecha que
ansiaba:
Veinticuatro
de abril del año dos mil.
Siguió
caminando hasta que el reloj marcó las cinco de la mañana y se aproximó a su
habitación. Acercó lentamente su temblorosa mano al pomo de la puerta, pesaba
enormemente, no se veía capaz de moverlo, entre el pánico que le atenazaba y su
lamentable estado físico pensó que nunca lograría abrirla. Consumió sus últimas
fuerzas y logró ver a través de una mínima rendija cómo Adela se rebullía
lentamente sobre las sábanas, sumida en un profundo sueño.
En un momento
todo recobró su ritmo, los relojes, la luna, él mismo. Se dirigió a ver a
Carlos dormir. Regresó a su habitación y, sigilosamente, para no despertar a
Adela, se metió en la cama.
Sonó el reloj despertador
a las seis en punto.
-Sigue
durmiendo, cariño, hoy llevo yo al niño.